Para aprender el inglés hay que comenzar por echar adelante la quijada, apretar, o poco
menos, los dientes y casi inmovilizar los labios. De esta manera surge en los ingleses la serie
de leves maullidos displicentes en que su lengua consiste. Para aprender el francés,
opuestamente, hay que proyectar todo el cuerpo en dirección a los labios, adelantar éstos
como para besar y hacerlos resbalar uno sobre otro, gesto que expresaría simbólicamente la
satisfacción de sí propio que ha sabido sentir el hombre medio de Francia.
El hombre y la gente. José Ortega y Gasset.
Tanto trilingüismo, tanto trilingüismo...
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