Son muchos los que parecen coincidir en que la dedicación a la docencia ha de ser vocacional, según los defensores de tal opinión muchos de los males de escuela son el resultado de esa falta de auténticas vocaciones.
Quienes entre los docentes defienden esta posición suelen verse a sí mismos como una excepcional y selecta minoría – paradójica por lo abundante- de profesionales vocacionales y sacrificados que tienen que lidiar con una pandilla de indolentes insolidarios que sólo piensan en escaquearse, trincar a fin de mes y dejar correr el tiempo hacia las vacaciones entre quejas perpetuas. Esta opinión es también muy querida por bastantes padres/madres que reclaman toda la atención para sus retoños, atención que ellos no pueden prestar por sus múltiples ocupaciones profesionales y personales pero que compensan adquiriendo la Play con las últimas novedades. Por supuesto son también mayoritariamente pro-vocacionales todas aquellos personajes que relacionados con la docencia, sin embargo, no la imparten directamente, orientadores, muchos cargos directivos y de la administración, incluso algunos liberados sindicales, todos ellos –padres, direcciones, administración- estarían muy satisfechos de tener a su servicio un personal que hubiese hecho los correspondientes votos de fidelidad y sacrificio.
Recuerdo que siendo un alumno de bachiller en el instituto -público, dicho sea de paso- recibíamos esporádicamente visita de algún cura haciendo campaña en busca de vocaciones, ya por entonces escasas. Aquellas visitas las recibíamos con gran entusiasmo y alborozo cuando podíamos hacerlas coincidir con la clase de matemáticas o con alguna otra especialmente dificultosa o árida; las vocaciones eran una buena excusa para liberarnos de penosas obligaciones. Uno sospecha que detrás de la actual nostalgia vocacional puede seguir existiendo una evasión de auténticas responsabilidades cívicas y profesionales; que uno ame y disfrute en su trabajo es una gran suerte que habría que desear no sólo a los docentes sino también a fontaneros, albañiles, médicos, arquitectos.. pero exigir la felicidad –y el asentimiento- interior en el trabajo que se realiza o se ha de realizar no es propio de un contrato profesional sino del juramento de pertenencia a una organización sectaria.
Los hay tan vocacionales que hasta se sorprenden de cobrar y se deprimen cuando llegan las vacaciones.
Quienes entre los docentes defienden esta posición suelen verse a sí mismos como una excepcional y selecta minoría – paradójica por lo abundante- de profesionales vocacionales y sacrificados que tienen que lidiar con una pandilla de indolentes insolidarios que sólo piensan en escaquearse, trincar a fin de mes y dejar correr el tiempo hacia las vacaciones entre quejas perpetuas. Esta opinión es también muy querida por bastantes padres/madres que reclaman toda la atención para sus retoños, atención que ellos no pueden prestar por sus múltiples ocupaciones profesionales y personales pero que compensan adquiriendo la Play con las últimas novedades. Por supuesto son también mayoritariamente pro-vocacionales todas aquellos personajes que relacionados con la docencia, sin embargo, no la imparten directamente, orientadores, muchos cargos directivos y de la administración, incluso algunos liberados sindicales, todos ellos –padres, direcciones, administración- estarían muy satisfechos de tener a su servicio un personal que hubiese hecho los correspondientes votos de fidelidad y sacrificio.
Recuerdo que siendo un alumno de bachiller en el instituto -público, dicho sea de paso- recibíamos esporádicamente visita de algún cura haciendo campaña en busca de vocaciones, ya por entonces escasas. Aquellas visitas las recibíamos con gran entusiasmo y alborozo cuando podíamos hacerlas coincidir con la clase de matemáticas o con alguna otra especialmente dificultosa o árida; las vocaciones eran una buena excusa para liberarnos de penosas obligaciones. Uno sospecha que detrás de la actual nostalgia vocacional puede seguir existiendo una evasión de auténticas responsabilidades cívicas y profesionales; que uno ame y disfrute en su trabajo es una gran suerte que habría que desear no sólo a los docentes sino también a fontaneros, albañiles, médicos, arquitectos.. pero exigir la felicidad –y el asentimiento- interior en el trabajo que se realiza o se ha de realizar no es propio de un contrato profesional sino del juramento de pertenencia a una organización sectaria.
Los hay tan vocacionales que hasta se sorprenden de cobrar y se deprimen cuando llegan las vacaciones.
10 comentarios:
Eres mordaz e hilarante. ¡Qué bueno! Suscribo tu post de cabo a rabo. Yo soy docente pero detesto mi profesión, siempre que puedo me evado de ella, no me gusta trabajar demasiado, y sobre mis alumnos, mejor no hablar. Hay algunos con los que me gustaría tener una conversación pero con la mayoría, no. Eso no ha impedido, no obstante, que haya disfrutado enormemente en algunos momentos. Todavía lo hago aunque menos. Yo en un tiempo fui profesor de literatura. Esa era mi vocación (era el más gamberro que se pueda imaaginar); ahora esa profesión ya no existe y los alumnos están en otras cosas. Espero el final de mes como una bendición, y qué te diría de los fines de semana y las vacaciones... Llevo un blog pedagógico lleno de incertezas y elucubraciones para que me ayuden a sobrellevar existencialmente esta profesión que sinceramente detesto, aunque todavía salvo algunos momentos... Gracias por tu comentario. No renuncio a los sexenios. Soy un cronopio que tiene rasgos de esperanza, y a veces me siento, en momentos de tristeza, un fama acabado. Contradicciones, oye.
Muy buen post, y qué cierto es
Gracias Joselu por tu visita y tu extenso comentario. Pero sobre todo es de agradecer tu estupendo blog, una mirada lúcida al mundo educativo y escéptica con las nuevas beatitudes. Ánimo y sigue siendo tan crítico con todos esos mangantes que -casi- han conseguido hacer desaparecer tu profesión y la mía–espero que todavía quede un pequeño resto, a veces tengo la esperanza de que puedan renacer.
Si no lo creo no lo veo: http://antesdelascenizas.blogspot.com/2008/02/si-no-lo-creo-no-lo-veo.html.
Gracias también a ti Eduideas por pasarte por aquí.
Bienvenidos ambos.
Si no lo creo no lo veo.
Coincido en los adjetivos de Joselu.
En mi opinión, la vocación es un peligro. O, mejor, la "sola vocación" lo es. O sea, e, convertirla en la condición tanto necesaria como suficiente de la profesión decente; hacer de ella el ingrediente central. e incluso una panacea de los males de la enseñanza. Existen quienes peiensan que todo se arreglará con más vocación, del mismo modo que otros opinan que todos los males proceden de la falta de financiación de la escuela (y no de la productividad de cada euro invertido, que depende de las leyes y de la gestión).
Esta profesión se puede hacer muy dura sin un mínimo de vocación: hay que estar un poco "volado" para encerrarse en una jaula con 30 adolescentes durante más de 5 minutos y, además, explicarles el sistema periódico, que qué le importará a la mayoría. Pero la vocación debe estar domesticada. Domesticada por la autoevaluación, por el control de resultados y, sobre todo, por la ironía hacia uno mismo.
Hace tiempo conocí a un profesor de física, divorciado, con exceso de tiempo libre y reciente descubridor de "la pedagogía" (ejem), que me pedía horas de clase para proyectar a los alumnos "El club de los poetas muertos" (no quería partirles la sesión). Decía que era una estupenda película "para implicarles" (¡para implicarles en qué!). En suma, había convertido la cosa pedagógica en el centro de su existencia, blasonaba de su desinteresada vocación (¿existe algo desinteresado, realmente?) pero al final, sospecho que los alumnos aprendían poca física y mucha filosofía barata.
Pienso en casos como aquél cuando digo que debemos domesticar nuestra vocación, profesionalizarla, si cabe hablar así, y no apartar nunca la mirada irónica de cuanto hacemos y de sus resultados. Especialmente de los resultados, porque no tenemos una bula especial, ni somos tan distintos del resto de los trabajadores: como ellos, también debemos producir resultados, y no pretender que nos vayan a pagar por irradiar vocación.
Ya ves que, después de todo, es razonable que alguien se extrañe cuando piensa que se le paga por su vocación. Evidentemente, se le paga por otra cosa.
Pascual
Suscribo tu comentario completamente, efectivamente lo que cabe exigir a un profesor es profesionalidad y no vocación -que en todo caso sería algo personal e íntimo. Creo además que mucho de los males de la escuela provienen de haber dejado de lado este aspecto "profesional" de la docencia; se han primado las "buenas intenciones", la vocaciones, las ideologías simplistas.. todo el mundo da lecciones de como debe o no debe enseñarse, "los orientadores, -psicos o pedas-", el asistente social del ayuntamiento y otros grupos "implicados", los padres, los alumnos,el conserje..
El profesor de literatura, de filosofía, no digamos de latín, acaba por algo meramente nominal pero inexistente de hecho -o existente como bulto y estorbo.
Un saludo.
Me sumo a la opinión general y felicito este magnífico post. Pienso que habría que acabar ya con esa nube de religiosidad que impregna la idea de vocación. No creo que nadie sienta una llamada interior que le lleve a dedicarse a enseñar, o en general, a realizar cualquier profesión que exija compromiso, responsabilidad y sacrificio mental y físico, y menos, que sea feliz haciendo eso. Los científicos en esto nos dan la razón. Por otra parte, debe ser cómodo convencerse de que es la vocación lo que justifica nuestras elecciones, sobre todo, aquellas que afectan la totalidad de nuestra vida. Exime de responsabilidades, y nos aleja (aunque sólo aparentemente) de ese miedo a reconocer y afrontar nuestros errores.
David, eres bienvenido a este lugar de sano escépticismo.
Y a todos agradezco vuestra herética compañía.
Muy bueno.
(Ando curioseando el histórico y dejando alguna marquita, usted perdone.)
Un saludo.
Sastifaga usted con la conciencia tranquila su curiosidad. Disponemos ahora de tiempo.
Pero aviso que yo también soy curioso.
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