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Ya he comentado otras veces que los domingos suelo desayunar mientras leo a Javier Marías en la última página del País Semanal. Vengo haciéndolo desde hace años, y me queda un cierto desasosiego y una sensación de incompletud esas mañanas de domingo en las que por algún motivo no lo hago, mayormente porque me he quedado más tiempo del debido en la cama y ya no hay manera de encontrarlo en los kioskos (leerlo en internet no es lo mismo). Sin duda, una patología más como cualquier otra. No siempre coincido con lo que allí se dice. El de esta semana,
Red de pardillos, no es de los mejores, pero vale la pena leerlo -quizá soy uno de esos pardillos a los que allí se refiere. Como también vosotros, los que por aquí os dejáis caer -con más papeletas los asiduos. No soy usuario de twiter y apenas de facebook. Pero el mundo de los blogs no es ajeno a esa contaminación narcisista, exhibicionista, y por qué no decirlo: mema, de la que Marías habla.
En los últimos tiempo se ha ido sumando una nueva voz al rito de café con leche, zumo de naranja y tostada con jamón a la catalana -espero que no aprovechen los cacos esta información para desvalijarme la casa mientras desayuno-. Se trata de Javier Cercas, su artículo de ayer,
Lo que no saben hacer los imbéciles, es uno de los mejores que he leído últimamente, creo que da en el clavo: no puede haber espíritu creador sin responsabilidad moral (por más que pese a más de un "nuevo creador"). Ni moral sin empatía.
La auténtica creación no puede ser evasión, ni un simple reflejo del narcisismo. Y difícilmente estará presente en "la red de memos", donde la empatía es tan escasa como abundante el veneno de rebaño y el espíritu de linchamiento.
Y pasando a otro asunto al que vengo dándole vueltas:
La filosofía pertenece a lo que algunos han llamado lenguajes de segundo orden o metalenguajes; una reflexión cuyo objeto no es tanto el mundo -esto sería lo propio de la ciencia empírica- sino nuestro "hablar" sobre el mundo. Por eso defienden algunos que el filósofo debería ser experto conocedor de otros campos científicos -en cuyos límites comenzaría el auténtico filosofar- so pena de que su reflexión sea algo meramente vacuo y aparente. Es una posibilidad -y un peligro. Pero es falsa si se plantea como única vía. Pues se olvida que nuestro "hablar sobre el mundo" no se agota en los discursos objetivados académicamente, ya sean de las ciencias naturales o sociales, de las artes, de la religión, de la política o jurisdicción. Existe la "vivencia" personal, y también sobre ella merece la pena reflexionar. Tal fue el caso de Sócrates, de Rousseau, Kierkegaard, o de Nietzsche (que, por enlazar con lo anterior, no fueron ni pardillos ni imbéciles precisamente) Creo además que sin esa "vivencia" -y perspectiva- personal ningún campo académico podría suscitar una reflexión propiamente filosófica, es decir, una experiencia del límite.
Pero es domingo y la hora de las anchoas.
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