martes, 13 de enero de 2009

¡En la mesa no se juega!


Hay una predisposición general a hacer del juego el modelo de toda actividad. A los niños (en general a los cachorros de todos los mamíferos) les gusta el juego, tienden a jugar en cualquier situación, quieren convertirlo todo en juego. Recuerdo, espero que no se me tenga por reaccionario por remover el pasado, que a veces me reprendían: “¡en la mesa no se juega! cuando convertía el pan en bolitas para jugar al billar, en imaginarios coches de miga que estrellaba unos contra otros, o en disimulados proyectiles contra mis hermanos. Sin la reprimenda habría modelado ejércitos de pieles rojas y habría representado “murieron con las botas puestas” a las dos de la tarde. Ahora en la publicidad que podemos ver en la televisión, niños y padres comparten juego y comida con alimentos de subidos colores y divertidas formas y texturas; los alimentos no sólo han de ser nutritivos, sino que deben ser divertidos. Hay que divertir al niño para que coma –nadie puede negar la importancia de la comida- y si la comida les aburre... malo, malo (¡hay que motivarlos!). Sospecho que no tardarán en comercializar juguetes que amenicen nuestros esforzados ratos en el “inodoro”. O quizá estoy en la inopia y ustedes ya disponen del cacharrito.

Sin embargo mi padres eran bastante “modernos” y nos permitían unas libertades durante la comida impensables en casa de los abuelos, donde la comida era un verdadero sacramento. Ese carácter sagrado de la comida lo relacionaban con la experiencia del hambre –de la guerra. A nosotros nos parecían fastidiosas aquellas historias remotas, alejadas de nuestra experiencia inmediata, la que decíamos “nuestra realidad”, la que nos había tocado vivir. Me vienen a la memoria las observaciones de un liberado de un campo de concentración nazi ( no estoy seguro del autor y cito con la distorsión interesada de la memoria), nos cuenta como al final de la guerra europea entre la alegría general resultaban fastidiosos y patéticos los relatos de los famélicos prisioneros de los campos de concentración con sus piojos, su pena, su resentimiento. Las muchachas querían bailar y divertirse con los vencedores del frente y no escuchar deprimentes historias de humillaciones.

Empecé hablando del juego y ya ven por dónde voy. No sacaré conclusiones.

8 comentarios:

Pascual González dijo...

Imagino que se trata de Primo Levi. O al menos yo recuerdo haberle leído un relato similar: el superviviente aguafiestas.

Serenus, esta entrada de hoy no es una entrada, es la magdalena de Proust.

Debe de ser generacional. Mis padres también eran modernos en comparación con los de muchos de mis compañeros. Aun así, hasta que nos nos hicimos más mayores no toleraban nuestra insumisión ante los potajes de habichuelas ("bajocas", como se decía en el pueblo, fronterizo con comarcas valencianohablantes) o de lentejas.

¿Podemos hablar de una "moral del plato limpio"? Al menos a mí me sigue llamando la atención el modo en que comían y siguen comiendo mis mayores, cuando sólo dejan los huesos limpios en los platos. Y si recuerdo a mi abuela, la cosa aún era más grave. Solía elogiar el tiempo en que a la hora de comer sólo se oían las cucharas. Yo nunca lo entendí, claro, y aquello siempre me parecía un exceso ascético.

En fin, no sólo somos lo que comemos, sino cómo lo comemos.

Joselu dijo...

De la moral del juego no están sólo imbuidos los niños y adolescentes. También los adultos reivindican su zona lúdica. Un especialista en salud mental con tendencias geltalticas vino a nuestro centro y reivindicó el tener de adulto nuestro osito de peluche y dormir con él. Algún tiempo después me vinieron alumnos de bachillerato que llevaban a su Mickey Mouse y lo cuidaban durante la clase. Yo me enfadé mucho y se escribió algún artículo en la revista del instituto reivindicando la infancia y el derecho de revivirla frente a esos profesores amargados que la niegan. Ahora en los adolescentes predomina la necesidad del juego, de ser entretenidas las clases, de ser divertidas. Y si no lo son, porque hablar de diptongos e hiatos no es precisamente divertido, son ellos los que las hacen divertidas con su insumisión académica. A veces pienso que la moral ascética de nuestros abuelos tenía bastante razón de ser y una enorme coherencia. Yo no los conocí, por eso.

. dijo...

Es que si no se juega... no se está vivo.


saludos

Serenus Zeitbloom dijo...

Pascual,

Creo que era Semprún –seguramente era una experiencia común. Me ha hecho gracia lo de la magdalena, algo de eso hay. Me ha resultado muy familiar, y hubiese sido un título estupendo para el post, “¡el silencio de las cucharas!” seguro que se le puede encontrar algún acomodo en el futuro.


Joselu

Es curioso la facilidad con que prenden algunos disparates, te puedes ganar muchas antipatías por un mal gesto a Micki Mouse y al osito de peluche. Efectivamente la “infantilización” es un signo de nuestra generación, debido al bienestar económico, a la ausencia de experiencias traumáticas colectivas como la guerra.. Pero tarde o temprano “la verdad desagradable asoma”.

Bluesman

Bienvenido por aquí. Cuando se está vivo, se juega, se trabaja, se holgazanea, se sufre, se aburre, se llora, se anhela, se duerme... y como dice Javier Krahe, habrá que cruzar también Nuñez de Balboa... ¡no todo va a ser jugar!;)

Sarashina dijo...

Yo, desde luego, soy persona que defiendo las comida a la antigua, por lo menos en lo que se refiere a jugar con la comida y demás. En mi casa no se podia jugar con la comida, sencillamente porque éramos nueve hermanos y había que comer con orden y con cuidado de que el de al lado no te hiciera una pirula. Me gusta el ritual de la comida todos juntos, con mesa puesta y todo lo que hace falta en la mesa. Creo que esto ha cambiado, en efecto, como ha cambiado la hora de la maduración en cada persona, se ha retrasado, quiero decir. No me gusta que mis alumnos lleven su "osito" a clase. Séneca decía: "Todo lo que logres arrancarle a la infancia, se lo añades a la juventud". No soy tan extremada, pero me parecen ridículos los comportamientos infantiloides hasta en los mismos niños. Suelo hablarles a los críos como si fueran adultos. Mi marido dice que sólo son adultos pasando una mala época.

Serenus Zeitbloom dijo...

Clares

¿Adultos pasando una mala época?

El otro día observaba a un grupo adolescentes, algo me sugirió en ellos a grupo de mutantes.

saludos

Sarashina dijo...

Eso dice mi marido. Y creo que no le falta razón, si nos fijamos bien en ellos. ¿Los miras de verdad? Quiero decir, más allá de su supuesta "mutancia", más allá de sus comportamientos? No sé qué clase de adolescentes habrá por tu ciudad. A mí los de aquí me parecen sólo adolescentes, un poco perrillos callejeros, un poco infantiles, un poco pavos, un poco tontorrones, algunos ya perdiéndose, algunos ya ganándose, igual que pasa con los adultos. Otra cosa son los casos extremos, que tampoco escasean entre los adultos. Como ves, soy una defensora de la juventud. Y lo mantengo.

Serenus Zeitbloom dijo...

Clares

Supongo que no serán muy diferentes los adolescentes de mi ciudad, serán muy similares en cualquier ciudad española.

Pero sobre la defensa de la juventud escribí algo en este blog hace unos meses:

http://waldenland25.blogspot.com/2008/05/el-respeto-la-juventud-y-la-llamada-de.html


Se agradecen, Clares, tus comentarios, que dan vidilla a este blog.

Saludos