miércoles, 24 de junio de 2009

Plagas, modas y calamidades.

Justificar a ambos lados

Me comentaba un amigo –o comentábamos- acerca del auge del término ciudadanía. El término ha adquirido una popularidad tal que, como suele decirse, te lo encuentras hasta en la sopa, el tropezón invariable que se quiere pleno de prestigio y es palabra sagrada que zanja cualquier polémica y santifica cualquier propuesta. Alfa y omega de cualquier discurso-. Entre las apariciones más notables del término se cuenta la de ser sujeto firmante de manifiestos.

Pero algo que especialmente me maravilla es la alacridad con la que los profesores han aceptado su reconversión en formadores de ciudadanos. ¿Cómo puede nadie considerarse formador de ciudadanos? ¿Qué consideración tiene de sí el que el de esta guisa se concibe a sí mismo? Alguien que no pretende formar hombres, ni personas, ni ingenieros, ni médicos, ni fílólogos, ni musulmanes, ni cristianos, sino que pretende formar ciudadanos en su ciudadanía, pura formalidad en la que cualquier contenido casa. ¿ Atenienses, ingleses, alemanes, españoles...?

Me sentiría mejor –y más seguro- en compañía de cualquier apátrida y desertor.

Nos horrorizaríamos si examinásemos nuestras instituciones educativas a la luz de la linterna de Diógenes. O quizá no, quizá algunos sonrían con la satisfacción propia de la conciencia de tarea cumplida


3 comentarios:

Anónima dijo...

Tienen que considerarse a sí mismos un "algo". Son en la medida en que pueden colocarse alguna etiqueta. En eso, los formadores de ciudadanos, no son distintos de muchos otros. Algo hay que ser. Algo es "lo que son". Como artistas, de clase A, clase B, clase C en función de la materia con la que se pringan los puños de las camisas (y te los enseñan) o el alma (y bla, bla, bla te lo cuentan).

Soy, soy, soy... Como una réplica a pilas de Jesucristo.

Si alguien te cuenta que se considera formador de ciudadanos es pura y llanamente un acto de masturbación. Quizá "considerarse" no sea más que eso.

Otra cosa es qué bien o qué daño hacen, que todavía estoy por adivinarlo. De momento, al igual que tú, me siento más segura entre los desertores. Entre los que fueron a comprarse un alma y al estrenarla tuvieron la precaución de arrancarle la etiqueta, y por eso no llevan la marca, modelo y EL PRECIO colgando visible por fuera.

(I´m sorry, pero se acaba el curso y estoy que trino de padres, hijos y espíritus santos por los pasillos. Espero que sea normal, y que con las vacaciones se me pase.)

Anónima dijo...

Vuelvo, con un regalito.

Hay rachas en que releo aquí y allá, y re-encuentro textos que mañana volveré a olvidar, afortunadamente. Ahí va algo que me ha recordado ahora tu comentario sobre la Sagrada y Popular Ciudadanía.

"Ninguna idea brillante consigue ponerse en circulación si no es añadiendo a sí misma algún elemento de estupidez. El pensamiento colectivo es estúpido porque es colectivo: nada pasa las barreras de lo colectivo sin dejar en ellas, como impuesto indirecto, la mayor parte de la inteligencia que lleve consigo." (Pessoa)

(Hay más y más lindo, pero ve tú mismo, que en el ordenador nos duelen los ojitos.)

Serenus Zeitbloom dijo...

Anónima

No, no creo que hagan mucho bien. Entre otras cosas por lo que se pierde en ese camino, por todo lo que se queda fuera: la cultura. Se agradece la cita de Pessoa y, como siempre, los comentarios.

Y no te preocupes, con la primera semana de vacaciones y el calor se pasará todo, y como nueva, el estrés de todo el curso no tendrá más consistencia que el sueño de una siesta.

Saludos