jueves, 12 de abril de 2007

Bodas de Estulticia y Marte


Y mientras tanto viola, flauta y clavicordio el Presto final del Cuarto Concierto de Brandenburgo trotaba intemporalmente hacia delante. Qué encantadora y pequeña marcha de muerte rococó; ¡Izquierda, derecha, izquierda, derecha!. Y de pronto ya no hexápodos, sino bípedos. La interminable columna de soldados. Marchaban como había visto marchar antes a los camisas pardas en Berlín un año antes de la guerra. Miles y miles, con banderas ondeando, los uniformes reluciendo en la luz infernal, como excremento iluminado. Innumerables como insectos, y cada uno de ellos se movía con la precisión de una máquina, la perfecta docilidad de un perro adiestrado. Y las caras, las caras! Había visto los primeros planos de los informativos cinematográficos alemanes, y ahora los veía de vuelta, preternaturalmente reales, tridimensionales y vivas. El rostro monstruoso de Hitler, con la boca abierta gritando. Y las caras de los que lo escuchaban. Gigantescos rostros de idiotas, inexpresivos y receptivos. Rostros de sonámbulos con los ojos enormemente abiertos. Caras de jóvenes ángeles nórdicos arrobados en la visión beatífica. Rostros de santos barrocos a punto de caer en éxtasis. Rostros de amantes al borde del orgasmo. Un pueblo, un reino, un líder. La unión con la unidad de un enjambre de insectos. La comprensión sin conocimiento de la insensatez y el diabolismo. Y luego la cámara cinematográfica volvía a las apretadas filas, a las esvásticas, las charangas, el aullador hipnotizador de la tribuna. Y una vez más, en el fulgor de su luz interior, aparecía la parda columna como de insectos, marchando infinita, al compás de esa música rococó; de horror. Adelante, soldados nazis; adelante soldados de Cristo; adelante, marxistas y musulmanes, adelante, todos los pueblos elegidos, todos los cruzados y los dirigentes de guerras santas. Adelante, hacia la desdicha, hacia toda la perversidad, hacia la muerte! Y de pronto Will se vio; contemplando lo que sería la columna en marcha cuando llegase a su destino: millares de cadáveres en el fango coreano, innumerables paquetes de basura salpicando el desierto africano.

Aldous Huxley. La isla

1 comentario:

Anónimo dijo...

Da miedo. Muy impresionante. Y tan real a pesar de que es solo una novela... Por desgracia, real...
???Cuándo acabará el fanatismo, la estupidez, ...???