martes, 8 de mayo de 2007

Los padrecitos y el espíritu de la pandilla.

Es descorazonador constatar como grupos y personas que se proclaman progresistas devalúan la autonomía personal y sostienen, de manera cada vez más insolente, posiciones paternalistas; el ejemplo de los -no hace mucho- países comunistas europeos, de los -aunque más lejanos- regímenes fascistas y ahora los fanatismos religiosos deberían habernos abierto los ojos –y vacunado a perpetuidad- frente a los peligros de ese paternalismo que supuestamente cree conocer mejor que nosotros lo que queremos y que está empeñando en salvarnos de nosotros mismos y en mejorarnos a nuestro pesar. Nietzsche, se burlaba con razón de la fatuidad del aprendiz de moralista que se pinta a sí mismo en la pared y exclama: Ecce Homo. Pero desgraciadamente cuando quien dice esto es el estado, -o sus funcionarios- las consecuencias no son ya cómicas, sino trágicas, como ha demostrado innumerables veces la historia. Pues, como una peste, el espíritu gregario retorna tras cada desastre. Es digna de estudiar esta obcecación humana: ¿Es un rastro de una dependencia infantil que no acabamos de superar? ¿De dónde surge esta voluntad profética y salvadora? ¿Qué hace al hombre tan receptivo a los padrecitos de las patrias, ya sean Stalin, Pinochet, y Ayatollas? ¿Qué hace de un funcionario un redentor? ¿Qué lleva a una persona inteligente a renunciar a su propia razón y a su propio beneficio y ponerse bajo el mandato de otro, a veces incluso cuando su propia integridad no está amenazada?

Confieso que no tengo respuestas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí, a mi también me parece horroroso e incomprensible. Pero yo siempre pensaba que una de las causas era la falta de educación, no crees? La educación que capacita al ser humano para pensar, para juzgar, que le enseña su valor propio, como persona libre...

Anónimo dijo...

Debería, pero la Ilustración no acaba de realizarse; el fanatismo, la minoría de edad y la pereza siguen ahí.