De nuevo llegó y pasó el 23 de Abril día del libro y otra vez me quedé sin rosa y sin novelita. Sin embargo, he tenido oportunidad de asistir, como mirón, a los múltiples tejemanejes que estos días se urden; ferias, regalos y pancartas. Los dos últimos fenómenos son los que más me incomodan; los regalos del amigo invisible por los cuales te agencias un llaverito ( tan práctico él para no perder las llaves que se acumulan, no por la adquisición de nuevas propiedades sino porque guardamos aquellas que ya no abren ninguna puerta) un cenicero decorado con alguna profunda sentencia (me he buscado a mí mismo: ese gran desconocido, Albert Einstein) o La sombra del viento en versión bolsillo. No deberían molestarme las pancartas con inscripciones edificantes: un libro es un tesoro, la más grande aventura es un libro, un libro nunca te abandonaría, no deberían molestarme puesto que ni participo en su confección, ni me obligan a leerlas, no deberían... pero me molestan, es más, me irritan –que uno se va haciendo viejo y cascarrabias. De lo que, aún hoy, guardo buen recuerdo es de la Feria; hace treinta años –o más- la Feria era para mí una de las pocas ocasiones en que tenía al alcance una respetable cantidad de aquellos objetos que me fascinaban, también disponía –como dádiva- de una pequeña cantidad para hacer alguna compra, recuerdo que en una de estas ferias compre la Metamorfosis de Kafka –autor del que no tenía ninguna referencia y que compré por intuición, guiado por la portada y el extraño nombre del autor que lo distinguía de cualquiera de mis conocidos. Más o menos por la misma época, recuerdo haber comprado El Origen de las Especies. Esta vez no he visitado la Feria, ahora puedo darme el gustazo contemplativo cualquier día con solo conducir cuarenta y cinco minutos hasta la FNAC.
No puedo renovar aquella emoción. Así que me enfrento al 23 de abril con el mismo ánimo de fastidio y desconfianza que el que trasluce este escrito: Contra la lectura, con el que coincido casi palabra por palabra. Aunque un poquito más tarde he encontrado un estupendo post: Primera memoria que me ha renovado la nostalgia del descubrimiento de la lectura y de los libros en aquellas remotas ferias. De madrugada al recorrer los títulos –un tanto voyeur, entremetiéndome en la vida de los otros- evocaba paisajes, personas, lugares, propósitos, expectativas: todo lejano, distinto, pero también familiar y reconocible... una colección de impresiones que se suceden distintas, vertiginosas; sin llegar a alcanzar nunca mi íntimo yo, pero acompañándome siempre en ese fluir con su peculiar aire de familia un tanto desganado. Mi viejo amigo el diablo.
Soy memoria de hombre;
luego nada. Divinas
la sombra y la luz siguen
con la tierra que gira.
3 comentarios:
Gracias, al fin pude encontrar las palabras exactas a ese miedo existencial de llegar a ser lo que tu dices a colacion...uno se va haciendo viejo y cascarrabias
Espero no ser condenado a asistir a las clases de reeducación para la aceptación de la muerte y el respeto a la juventud.
Gracias a ti, por tu comentario.
A mí también me produce desconfianza la mercadotecnia abrumadora de este 23 de abril. Me fastidian esas novelas promocionadas que el público se apresura a comprar. Me he jurado no leer el libro de Carlos Ruiz Zafón porque me parece vergonzosa su promoción masiva. ¿Quién se ha creído que es? La sombra del viento es entretenida, curiosa, pero no más. ¿Qué tendría que haber hecho Juan Rulfo cuando publicó Pedro Páramo? Las grandes obras literarias nacen sin esa devastadora promoción comercial pero luego quedan para siempre en el alma de sus lectores. Me fastidian los grandes éxitos comerciales de libros de segunda fila. Un cordial saludo. Gracias por tus palabras.
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